Con la escena voguer más viva que nunca, POSE llega a la TV para aportar la fantasía y la veracidad que la cultura de los balls necesita.
“¿Y qué es exactamente un ‘ball’?”, pregunta Damon a Blanca, la mujer que acaba de decirle que quiere adoptarle en su casa para participar en uno. “Son reuniones de personas a las que no se les permite reunirse en otros sitios, son la celebración de una vida que al resto del mundo no le parece digna de celebrarse.” Blanca acaba de fundar su casa (la House of Evangelista, después de marcharse de la House of Abundance harta de que su antigua madre la ningunee) y Damon ha llegado a Nueva York con una mano delante y otra detrás después de que su familia le echara de casa al decirles que era gay.
¿Te parece un poco culebrón? Pues espera. Porque Blanca acoge a Angel (Indya Moore), otra que abandonó la House of Abundance, que se gana la vida como prostituta y se enamora de Stan; un joven heterosexual casado, con dos hijos y un nuevo empleo en las industrias Trump.
Sí, POSE es un culebrón. Como cualquier serie de Ryan Murphy. En su superficie no parece que vaya a contarnos nada que no hayamos visto ya en decenas de series y películas. Un chico gay al que echan de casa, una mujer trans luchando contra la sociedad, un ejecutivo enamorado de una prostituta… Pero en el fondo (tranquilo si no la has visto, no hay spoilers sobre la trama) POSE tiene un poso de verdad y autenticidad que no suele verse en televisión (y mucho menos en el cine). Y es que si POSE parece contar cosas que ya hemos visto tantas veces es porque muchas de las historias que ya te han contado surgieron de la época, el ambiente y la realidad que la serie recrea y a la que durante mucho tiempo no se le ha permitido brillar con luz propia.
Lo que viene a ser una reapropiación cultural en toda regla.
Esa autenticidad en lo que cuenta se ha conseguido gracias a que Ryan Murphy (uno de esos chicos gais que se fue de casa huyendo de la homofobia; que soñaba con triunfar y acaba de firmar un contrato con Netflix por valor de 300 millones de dólares) y sus colaboradores decidieron que POSE estaría escrita, dirigida e interpretada por las personas que vivieron esa época, las que mejor la conocieron o las que pueden representarla con mayor veracidad. El reparto de POSE ha hecho historia al contar con cinco actrices trans como protagonistas (y con más de 50 personajes trans en total); una representación que también está presente detrás de las cámaras; y entre las productoras ejecutivas de la serie está Jennie Livingston, la directora de Paris is Burning.
Lo curioso de POSE es que Murphy y su equipo nos trasladan ese realismo usando todos y cada uno de los recursos de las películas y series de los 80 y los 90. Si tu madre se topa con ella haciendo zapping y ve al gay bailando, se pensará que está viendo Fama o Flashdance. Y la banda sonora, cargada de hits ochenteros, refuerza aún más una sensación pocas veces vista en series y pelis de temáticas LGTB+: la nostalgia. Son muy pocas las veces en las que se pueden ver a personas LGTB+ representados no ya de forma realista, si no de forma optimista. POSE no rehúye el drama que viven sus personajes, pero no se resigna a quedarse solo con eso. Los “balls”, por ejemplo, son un espectáculo visual súper producido y fabuloso; pero la serie es consciente de lo que suponían realmente a nivel social y no los idealiza ni los convierte en ese típico festival de música de la gran ciudad que la chica rubia monísima de Arkansas quiere ganar para convertirse en cantante y triunfar en la música.
Hasta no hace mucho si tú veías a una mujer trans VIH+ en una película, sabías que iba a acabar fatal. Si era secundaria, muerta. Y si era la protagonista, muerta entre terribles sufrimientos. Series como Transparent u Orange is the New Black han roto ese topicazo argumental. Pero POSE va más allá. No solo no quiere que veas a esa mujer trans VIH+ como una víctima o alguien por el que sentir compasión; quiere esa mujer protagonice la serie que no te dejaron ver en los 80. Cualquier otro movimiento social como la cultura de las voguing balls habría sido el centro de series y películas en los 80 y los 90 hasta aburrirnos. Pero éste estaba oculto, porque lo protagonizaron mujeres trans y hombres cis gay latinos y negros (anda, como en los disturbios de Stonewall). Blanca es una mujer fuerte, valiente y generosa. Las Blancas de la época lo pasaron jodidamente mal, pero también rieron y amaron y celebraron y se ayudaron y triunfaron y se merecen que sus historias se cuenten como siempre se han contado las historias de los demás. Se merecían protagonizar una serie como ésta.
Algo que el colectivo LGTB+ se merece de una vez por todas.
Pero hay otra cosa que demuestra la grandeza de POSE y lo profundamente significativa que acabará siendo (tiempo al tiempo); y es que, sin dejar de ser muy respetuosa con la realidad que recrea, la serie moldea las historias de los personajes para que (como es habitual en las series de Murphy) funcione casi como un reflejo de la sociedad actual. A unos les servirá para recordar de dónde venimos y a otros para descubrir que no siempre fue fácil. Cuando Blanca le enseña a Damon lo que es el “vogue”, le dice que es como el break dance pero “es algo más, es una declaración“.
POSE es como una serie pero también es algo más. Es un movimiento hacia adelante para el colectivo trans y una llamada de atención al resto del colectivo LGTB. Y es (casi) tan valiente y elegante como las mejores poses de Willi Ninja.